LA BONITA COJERA

La Bonita Cojera, es la que me quedó después de dos años de recuperación. Mis seis fracturas, de cintura para abajo estoy reconstruida, a base de fijadores externos. Fui operada de urgencia para estabilizar las fracturas, perdí muchísima sangre, yo no sabía que cuando nos fracturamos un hueso, sangramos.

Después de tres días en reanimación, entubada, de volver a ver a mis padres, cada uno de ellos a un lado de la cama. Los tres lloramos, yo no podía hablar, claro que lo primero que hice es intentar quitarme el tubo, pero mis padres enseguida me pararon. Me preguntaron si podía mover los pies, y cuando moví los dedos, creo que justo en ese momento los tres respiramos aliviados, porque GRACIAS, no sé a qué, si a la física, a un milagro, estaba viva y todo mi cuerpo estaba conectado.

Y ahí comenzó, un ingreso en el hospital de 33 días y sus noches, una operación semanal, porque con la rodilla derecha los Traumatológos, nunca estaban satisfechos con el resultado. Superé una operación de once horas, nunca jamás he sentido tantísimo frío como ese día cuando salí de quirófano, estaba helada y enseguida me taparon con mantas y me colocaron una máquina con aire caliente debajo de las tres o cuatro mantas que ya tenía encima. Por supuesto un par de bolsas de sangre, una noche en reanimación, y vuelta a la habitación.

Era agosto, hacía un calor insoportable, no había aire acondicionado, en la televisión, emitían imágenes de incendios, me daban por la vía, un medicamento que quemaba por las venas. Mi padre me llevó un ventilador porque aquello era un horno. Cada vez que venía un médico residente con un consentimiento en la mano, yo me echaba a llorar, otra vez, otra cirugía.

sentada en la silla del Rey

Una noche, tuve mucha fiebre, y a parte del antitérmico por vía, mi madre, en una batea de agua con hielo, no dejaba de ponerme compresas en la frente, la nuca, el pecho y las axilas para bajar la fiebre, solo se me caían un par de lágrimas, pero mi madre, ahí seguía, poniendo las gasas, una y otra vez, con todo el amor de una madre que quiere curar a su hija. Cuando estaba en la habitación sobre las ocho de la tarde, escuchaba unos tacones por el pasillo dirigiéndose a mi habitación, yo ya sabía que llegaba ella, MI MADRE. Y era feliz, traía mi cena, porque yo no comía nada de la comida del hospital, era horrible, recalentada en bandejas en carros que pitaban en el pasillo. Ninguna de esas treinta y tres días con sus respectivas noches, la pasé sola. Mi madre se quedaba de lunes a viernes, Fran mi mejor ex, le hacía alguna noche a mi madre y mi padre se quedaba los fines de semana.

Y así entre intervenciones, medicación y siempre muy bien acompañada pasé el ingreso en el hospital. Unos días antes del alta, en una silla de ruedas y con una tabla para llevar las piernas extendidas, salí al patio… Y después de dos meses de una dolorosísima rehabilitación, me dio un septum, y hasta el día de hoy mi rodilla derecha no se ha vuelto ni a extender ni a flexionar, sólo tiene un arco de movilidad de treinta grados aproximadamente.

Y así la Nochevieja del año 2010, durante las Uvas de las Suerte, conseguí ponerme de pie, solo unos segundos, pero de pie.

Y me quedó una Bonita Cojera.

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